Cuadros vivientes, performances en el museo

El principio básico del cuadro viviente es bastante simple: se trata de la reconstrucción física de una pintura existente. Entre performance, teatro, pintura y escultura, la práctica del cuadro viviente es cautivadora: además del juego de los parecidos, una inquietante extrañeza emana de estos seres vivos que se inmovilizan para recrear una imagen, pero cuyos cuerpos tiemblan, respiran... un arte que se despliega entre quietud y movimiento.   

El cuadro viviente nace primero de una tradición popular encarnada en Navidad por los belenes vivientes y luego ampliamente practicada al comienzo del confinamiento de la pandemia a través del reto en línea lanzado por el Museo Getty de Los Ángeles, que invitaba a todos a reproducir pinturas famosas con los elementos que se tuvieran en casa. Asistimos entonces a una auténtica locura por los cuadros vivientes domésticos.   

Si los cuadros vivientes se convirtieron en el siglo XVIII en el pasatiempo cultural mundano de la aristocracia, si Goethe y Hegel ya advertían de la sutil perturbación que producen, con la modernidad, han supuesto una pequeña revolución: en la encrucijada de las artes escénicas y de la imagen, mezclando pintura y performance, también han fascinado a escenógrafos, bailarines y cineastas. Hoy destacan como referentes de transmedialidad e hibridación y muchos artistas reutilizan o revisitan su peculiar formato. Hoy en día ya no se trata de reproducir o imitar pinturas antiguas: el cuadro viviente se ha convertido en un medio por derecho propio, una forma artística que permite producir, entre cuerpos en movimiento e imágenes fijas, nuevas visiones. Este fin de semana de reapertura está por tanto dedicado a la tremenda actualidad de este género transdisciplinario.