Gaston, au-delà de Lagaffe

Presentación por los comisarios de la exposición

El torpe más famoso del mundo del cómic nace del talento de André Franquin, al que se suma la entrañable locura de Yvan Delporte, redactor jefe de la revista Spirou. Franquin era la estrella más importante de esta revista, que vivía entonces los inicios de su época dorada. Así nos podemos hacer una idea de cómo se recibió a Tomás la primera vez que dirigió su pajarita a la entrada de la redacción. Ese al que hoy en día conocemos como «el héroe sin trabajo» ya tenía una función: llenar de manera lúdica los vacíos que dejaban los caprichos de la maquetación. Y, de metedura de pata a metedura de pata, fue cogiendo galones y ganando espacio en las páginas del periódico y en la mente de su creador. Franquin dibujaba los primeros años a cuatro manos con Jidéhem, y poco a poco fue trabajando y desarrollando un personaje opuesto a los héroes del cómic franco-belga o a los superhéroes de cómic americano y de los dibujos animados de después de la Segunda Guerra Mundial. Tomás fue considerado un marginal en sus inicios, un personaje despreocupado que cuestionaba el propio concepto de jerarquía o de sometimiento. En 1968, cuando la juventud gritaba «¡Prohibido prohibir!», Tomás resistía ante militares, jefes y burgueses de toda calaña. Tanto es así que la editorial Dupuis recibió, pocos días antes de los disturbios de París, un mensaje de las autoridades pidiéndoles que moderaran los ímpetus antipoliciales de Franquin.

Nada paró a Tomás ni a su creador en ese camino suavemente subversivo. Hacía tiempo que personaje y creador no eran más que uno, y a medida que la humanidad se horrorizaba por los atropellos humanitarios que ocurrían en los años setenta, Tomás gritaba su furia, su necesidad de paz y de sueños. Y, mientras la sociedad hacía oídos sordos a sus súplicas, Franquin se dejaba llevar por pensamientos negativos, cada vez más negativos, y Tomás se ponía serio, cada vez más serio. El dibujante puso entonces su lápiz al servicio de Greenpeace, de Unicef, de Amnistía Internacional, donde militó Tomás. Frente a la violencia del mundo, no podía hacer más que eso: militar. Hoy en día, no ha cambiado nada, y a través de esta exposición, no hay duda de que hablamos de arte y de compromiso, ¡vaya que sí!

PERSON - Emmanuèle Payen

in Code Couleur, n°27, enero-abril 2017, pp. 50-51